psychology_alt son mis opiniones
(y tienes que respetarlas)

Hay quien sostiene que la Verdad no existe. Lo cual es una incongruencia en sí mismo, porque la verdad es única: si hubiera varias verdades, ninguna lo sería.

El problema surge cuando todo es opinable.
Solemos tener la manía de querer opinar sobre todo, por lo tanto en mi opinión lo que tú dices no es verdad.
Error.
Tal vez lo que yo digo no sea verdad, pero no porque tú opines que no lo es, sino porque objetivamente no lo es.

Lo opinable lleva a sostener con férrea vehemencia una hipótesis y con la misma tozudez la contraria.

Pero, bueno, es algo opinable, no se trata de un axioma inamovible.

El otro día presencié un debate sobre si el pantalón corto es una prenda de vestir elegante en un hombre. Un tema absolutamente opinable.
Yo lo tengo clarísimo: si ya superas la edad de haber hecho la Primera Comunión, el pantalón corto te sienta como un tiro.
Un tío de pelo en pecho en pantalón corto desciende varias decenas de puntos en mi escala de respetabilidad. Y no me vengan con cuentos de que el pantalón largo da mucho calor en verano; hay tejidos que combaten las altas temperaturas muy dignamente.

De ir en pantalón corto a ir en minifalda hay un simple paso. O de ir en gayumbos por la calle. Y de eso a ir directamente en cueros, uno más, que muchos no dudarían en dar, con profusión de aspavientos y demás coreografía.

Seamos serios. Hay unas normas de etiqueta, un código de vestimenta para vivir en sociedad. Porque no somos animales salvajes.
A una entrevista de trabajo no puedes ir en chándal, o en sandalias, o con la chupa de cuero, las cadenas y tu camiseta de Judas Priest. Aunque en tu opinión la ropa sea opresora y tú te creas el mesías que ha venido a redimirnos.

Un iluminado un día salió de casa deprisa con la camisa por fuera y al punto hubo dos más que opinaron que aquello estaba bien.
Un adolescente sin demasiada autoestima decidió usar su flequillo de visera y en dos telediarios todos llevan el toldo puesto sin ningún rubor.
Hace años todo varón de buena planta iba pulcramente afeitado hasta que un desmotivado osó salir a la calle con barba de dos días. Faltó tiempo para que las multitudes se subiesen al carro.

Ir afeitado hoy se ha convertido en símbolo de rebeldía. Al final los que pretendían ser transgresores han mutado en una suerte de zombies prefabricados, todos de uniforme: descamisados, con barba, despeinados y con sus airpods bien visibles. Son impersonales porque ya no destacan entre los demás porque los demás también van como ellos. Pero son cool. O ellos así lo creen.

Me asombra la cantidad de modas absurdas que son secundadas sin ningún tipo de filtro: hubo una época de las hombreras, los pantalones de pata de elefante, los pantalones caídos enseñando la parte donde la espalda pierde su nombre, que parece que usen pañal, por favor. Y ahí van todos detrás, unineuronales, porque en su opinión están en la onda y tú eres un carca.

Pero no se escandalicen por mi discurso: es, simplemente, mi opinión.


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15 de mayo de 2025

candle trascendencia

No me considero una persona religiosa, ni siquiera espiritual. Sin embargo, por la razón que sea, la Semana Santa tiene un atractivo que de alguna manera se las ingenia para envolverme.

Lo queramos o no, descendemos de una tradición cristiana, aunque hoy en día presumir de ello parece estar mal visto y si decides manifestarlo casi pasas a ser un proscrito. Paradojas de la vida: la Santa Inquisición ahora son los del otro bando.

Pero me estoy desviando. Decía que no soy una persona religiosa. Sinceramente, no puedo superar el escepcismo sobre el más allá.
Es indudable que creer que existe una vida tras la muerte puede darle sentido a nuestro paso por este mundo. La idea romántica de disfrutar de una vida eterna sin ataduras físico-espacio-temporales es muy tentadora. Pero no consigo dejarme seducir por las respuestas que da la fe a las grandes incógnitas del ser humano. Son respuestas que nacen del miedo, del terrible pánico que tenemos a pensar que cuando llegue nuestra hora no puede ser que no haya nada.

Necesitamos creer casi con desesperación que esto no termina aquí.

No voy a entrar en disertaciones filosóficas o teológicas para profundizar en este concepto. Eso me llevaría demasiado tiempo y no es el objeto de esta reflexión. A lo que quería llegar es a compartir mi espíritu por este tiempo del año que a mí me gusta especialmente.
Si eres creyente tu visión estará condicionada por tu fe y ya lo vives de manera especial. Pero para los demás ahora se presenta un oportunidad para levantar la mirada del suelo. En lugar de salir corriendo en busca de la nieve o escaparte unos días intentando aprovechar el tiempo llenándolo de actividades frenéticas, yo prefiero echar el freno y mirar hacia adentro. Y es que no sabemos apreciar nuestro escaso tiempo y siempre corremos presto a ocuparlo en cualquier cosa de manera imperiosa.

Yo escucho música, constantemente; un tipo de música que se aleja de la corriente imperante. En estos días del año mis preferencias se vuelven todavía más radicales y agudizan estas sensaciones. Para esta semana este año he hecho esta selección. Me pongo mis auriculares y me sumerjo durante 2 horas en un viaje interior que puede llegar a ser bastante intenso. Cada cual decide a dónde quiere llegar.
A alguno le puede ayudar a encontrar ese punto místico tan ansiado. A mí me sirve para evadirme por un rato y para reflexionar sobre lo efímero de nuestros esfuerzos por destacar entre lo mundano, por lo mezquina que es nuestra obcecación en perder el tiempo con excusas peregrinas en lugar de prestar atención a lo que nos rodea.
Porque no debemos preocuparnos por lo que vendrá un –esperemos– lejano día, sino por cómo invertimos nuestro tiempo en este momento que nos ha tocado vivir, en la trascendencia y el sentido que queremos darle a nuestras fugaces e insulsas vidas.


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15 de abril de 2025

link presunto culpable

Tras la reciente sentencia con la absolución del futbolista Dani Alves por la acusación de una agresión sexual a una joven, a la ministra de Hacienda le ha faltado tiempo para declarar en un acto público de su partido que es una vergüenza que todavía se cuestione el testimonio de una víctima y se diga que la presunción de inocencia está por delante del testimonio de mujeres jóvenes. Con la boca llena y los ojos inyectados en sangre.

Otras líderes de partidos políticos han criticado la decisión del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña y han afirmado que la justicia tiene «un sesgo patriarcal muy poderoso» y esa forma de dictar sentencias «es violencia institucional».

Para los adalides de la Democracia, la presunción de inocencia no puede estar por delante del testimonio de una mujer. Si hay que condenar sin pruebas y dudando de la consistencia del testimonio acusatorio, se condena. Faltaría más. Primero es la Justicia (?) y luego la verdad.

Defender esa postura es una absoluta aberración.
Y cacarearlo a los cuatro vientos con la prepotencia y superioridad moral que definen algunas ideologías es un reflejo de su narcisismo.

Ningún testimonio de ninguna mujer —ni de nadie— está por encima de la presunción de inocencia. Si no tenemos claro esto, estamos pulverizando un principio básico de la Justicia.

Toda persona acusada de delito tiene derecho a que se presuma su inocencia mientras no se pruebe su culpabilidad, conforme a la ley y en un juicio público en el que se le hayan asegurado todas las garantías necesarias a su defensa.

Artículo 11 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos

La presunción de inocencia en España está recogida en el artículo 24.2 de la Constitución Española y es un derecho fundamental que vincula a todos los poderes públicos y que es de aplicación inmediata. Quien acusa tiene que demostrar la culpabilidad del acusado y por tanto el acusado no tiene que demostrar su inocencia, ya que se le presume. La carga de la prueba es de quien acusa.

Resulta por tanto sorprendente —y preocupante— que quien ostenta un cargo público (y más si se trata de un miembro del Gobierno) pueda hacer tales declaraciones sin sonrojarse y sin que suceda absolutamente nada, dándole la vuelta a la tortilla en un alarde de malabarismo para convertirnos de repente en presuntos culpables.

Tengan cuidado, pues. Lo siguiente puede ser el ajusticiamiento directo sin posibilidad alguna de defenderse en un juicio.


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30 de marzo de 2025

psychology postureos

Inteligencia emocional. El concepto.

«Capacidad de los individuos para reconocer sus propias emociones y las de los demás, discernir entre diferentes sentimientos y etiquetarlos apropiadamente».

Vamos, que es la habilidad de empatizar con los demás y no tiene nada que ver con ser inteligente o un tarugo. Pero decirlo así queda más cool.

La generación de los eufemismos y las piruetas semánticas para aparentar algo de la nada.

Vivimos en la Era de los vendehumos, de los coachers, de los influencers, de los gurús de paja.
Todo es trascendente, hay que realizarse y, sobre todo, hay que aparentar. La Era del postureo.

Hace unos años un hipster se las dio de moderno poniéndose gafas de pasta y dejándose barba. Y ahora todos con barba. Impersonales. No tengo nada en contra de los barbudos, entiéndanme. A algunos de vosotros os sienta bien la barba, pero la mayoría son como los modelos de catálogo de moda; todos iguales, asépticos, apáticos, insulsos, maniquíes.

De un tiempo a esta parte parece que hay que emplear obligatoriamente una serie de palabros si queremos estar en la onda; léase resilencia, sostenible, inclusivo, etc.
Asímismo, lo que intentan que consumamos debe llevar a toda costa ácido hialurónico, omega-3, isoflavonas y mil historias más que nadie sabe para qué sirven. Si bebes agua, que sea de mineralización débil y, a ser posible, con perspectiva de género. Y, por favor, sal de tu zona de confort. Con lo bien que se está en ella y el trabajo que nos ha constado conseguirla.

Esto se nos está yendo de las manos. En serio.


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8 de marzo de 2025

broken_image obsolescencia programada

Hay cosas que cada vez soporto menos: entre ellas, la obsolescencia programada y el «comportamiento analógico» en cosas «manifiestamente digitales» (de 1 y 0, de sí y no). Me explico: la luz o se enciende o no se enciende, el despertador suena a la hora programada o no suena, el ascensor sube o no sube; no me sirve que unas veces sí y otras no, sin motivo, cuando le cuadra. Esas averías intermitentes de difícil explicación me incomodan mucho.

Vivimos en la era de lo mediocre, de la chapuza. Mucha tecnología, pero todo se estropea enseguida. Obsolescencia programada. Hacemos las cosas mal de manera consciente y voluntaria. No nos esforzamos en hacerlas bien. Total... Si algo se estropea, lo tiramos. Ya no nos molestamos en reparalo. No vale la pena. Nos compramos uno nuevo. Consumismo. Chapuceros.
En el trabajo tampoco nos esforzamos. Podríamos hacerlo mejor. Incluso de mejor humor. Pero para lo que nos pagan... Ni siquiera ya por una cuestión de prestigio u orgullo personal; por la mera satisfacción de «hacer las cosas bien».
Somos conformistas, sumisos. Y chapuceros. La era de la mediocridad.

La obsolescencia programada es nuestra filosofía de vida y como tal es ruin y vergonzante.

Los egipcios levantaron las pirámides hace 4.500 años. Nuestras construcciones empiezan a tener goteras y desconchamientos en una década a lo sumo.
Fabricamos con fecha de caducidad. Nuestra tecnología tiene la portentosa garantía de 2 años y, casualmente, pasado ese ridículo e ignominioso período empieza a deteriorarse y a volverse inservible. Y el problema no es que no seamos capaces de fabricar con calidad; el problema es que conscientemente fabricamos productos defectuosos.
Sin ningún tipo de vergüenza.

Las cosas antes se hacían sin tener en cuenta la obsolescencia programada. Luego llegó el progreso y...

¿Hasta dónde quieres llegar hoy?


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10 de febrero de 2025